miércoles, 28 de enero de 2015

Seguimos con Amélie: Ni de Adán no de Eva o amor a la japonesa

Ni de Eva ni de Adán,
editorial Anagrama, 2007.
 
Buscando material para redactar la entrada anterior me crucé con un comentario sobre la obra de Nothomb que me pareció un poco injusto: afirmaba que lo más interesante son sus obras autobiográficas, que su ficción no es tan buena, por lo tanto, ¿qué va a hacer cuando se quede sin recuerdos?
Más allá de la inocencia de pensar que lo autobiográfico no es ficción, no apoyo en absoluto esta idea, porque he leído de ambos tipos y me parecieron muy buenos los dos.

Ahora bien, la ventaja de los relatos autobiográficos es que tienen ese ingrediente que seduce tanto a los voyeuristas: la posibilidad de espiar vidas ajenas (¡y con permiso!). Lo interesante en el caso de Nothomb es que desde pequeña vivió en lugares exóticos, tuvo experiencias locas y tiene una gran habilidad para contar todo eso desde un punto de vista juguetón, descontracturado; hiperbólico cuando se trata de ella, despiadado cuando se trata de otros. 

Kenichi Matsuyama, actor japonés 
que está requelindo.
En Ni de Eva ni de Adán Nothomb relata la historia de amor que vivió con el primer alumno de Francés que tuvo al regresar a Japón. Obviamente se produce un choque magnético entre dos civilizaciones: resultan mutuamente irresistibles. ¿Y quién no se enamoraría de un japonés lánguido y circunspecto, hijo de un joyero millonario, siempre apesadumbrado por la imposibilidad de cumplir con las expectativas paternas?
¡Es el epítome de lo diferente!
Mucho no lo describe físicamente, pero yo me lo imagino como el actor de la versión fílmica de Norwegian wood (Tokio´s blues), la novela de Haruki Murakami (que algún día comentar, porque es uno de mis autores no canónicos favoritos). 
Basta un ejemplo del modo en que Nothomb trabaja con los materiales que le brinda su novio japonés para darse cuenta de que "lo otro" está envuelto, indefectiblemente, en un halo de misterio y lugares comunes:


"A veces sonaba el teléfono. Él descolgaba a la japonesa, o sea diciendo tan pocas cosas que resultaba sospechoso. Las conversaciones duraban diez segundos como máximo. Todavía no conocía esa costumbre nipona y de nuevo pensé que pertenecía a la Yakusa, como su inmaculado Mercedes me llevaba a suponer. Salía de compras en coche y regresaba dos horas más tarde con tres raíces de jengibre. Probablemente, aquellas compras eran la tapadera para un golpe. De hecho, gracias a su hermana, seguro que tenía vínculos con la mafia californiana."

¿Es  japonés? ¿Es rico? ¿Habla poco? Listo, es yakusa.
El humor con que ella intenta comprender a su novio es el hilo conductor que salva la relación de la incomprensión más burda y la convierte en una aventura.

Resumiendo que se nos viene la noche: Ni de Eva ni de Adán es una historia de amor deliciosa, contada por una autora muy entretenida, que no se toma muy en serio nada, lo que le permite reírse hasta de ella misma. Tiene los condimentos exactos para ser un libro macanudo: buena historia, cortita y al pie, nada pretenciosa y muy divertida.

Le doy nueve Caiolos.

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