jueves, 30 de octubre de 2014

La condesa sangrienta

Creo que esta fue la primera
edición que leí. ¿Me habrá llamado
la atención el título
o la señora en tetas? 
Creo que tenía unos 12 años la primera vez que me crucé con este libro. Los que ya saben más o menos de qué se trata pensarán: ¿quién fue el incauto que dejó ese libro tan morboso al alcance de una niña? Pues la respuesta es nadie. La niña, que era en realidad una enana agrandada, lo descubrió sola. Y como no era ninguna boluda, apenas comenzó a leerlo se dio cuenta de que ese no era un libro apropiado para ella... y desde ese momento ya no pudo soltarlo. Lejos estaba aquella niña de saber que algún día, casi 10 años después, se haría fan de Alejandra Pizarnik y que compraría las obras completas y se reencontraría con esos relatos macabros, sanguinarios, irresistibles.

Ilustración de la Dama de hierro
 de Santiago Caruso.
Allá por 1992, entonces, la niña que yo era descubre en una biblioteca ajena un libro que relata las fechorías de la condesa Erzebet Bathory, una doña de la aristocracia húngara que gozaba torturando y matando niñas y adolescentes que tomaba bajo su tutela con la excusa de enseñarles a ser buenas señoritas.
Los textos son breves, concisos, pero muy gráficos. Sin siquiera volver al libro recuerdo a la Dama de hierro, una suerte de sarcófago con forma de mujer en el que encerraba a las jóvenes, que una vez dentro eran atravesadas por afiladas cuchillas. O sus baños en sangre de doncella. O las niñas... mejor no sigo contando.
Tapa de la nueva edición.
De lejos parece una 
bamba.

A pesar de la crueldad, un imán para la precoz 
Carolina, el libro es cautivante y vale la pena leerlo, en especial para aquellos que gustan de las historias de terror, vampiros y gente muy mala. Como frutilla del postre de este comentario, recomiendo enfáticamente la edición de Libros del Zorro Rojo. Está exquisitamente editada y fue ilustrada por Santiago Caruso, quien la convirtió en una pequeña obra de arte.

Como muestra, algunas de las ilustraciones de Santiago Caruso que aparecen en el libro:

martes, 28 de octubre de 2014

El hombre que amaba a los perros

El año pasado, entrada ya en mi licencia por maternidad, disfruté durante un par de días de la lectura de esta novela del cubano Leonardo Padura. Me la había recomendado una compañera de trabajo, y yo le entré con la tranquilidad que da el comentario de alguien que comparte gustos literarios y culturales en general.

La propuesta es ambiciosa pero cumplidora: la novela, voluminosa, cuenta tres historias de forma entrelazada. La de Trotsky y su exilio de Rusia, la del hombre que terminó asesinándolo (Ramón Mercader) y la del narrador de la novela, que hilvana ambas historias, pero que también tiene mucho para contar. 
La sinopsis de la página de la editorial cuenta:


El hombre que amaba a los perros,
Leonardo Padura. Tusquets, 2009.
"En 2004, a la muerte de su mujer, Iván, aspirante a escritor y ahora responsable de un paupérrimo gabinete veterinario de La Habana, vuelve los ojos hacia un episodio de su vida, ocurrido en 1977, cuando conoció a un enigmático hombre que paseaba por la playa en compañía de dos hermosos galgos rusos. Tras varios encuentros, «el hombre que amaba a los perros» comenzó a hacerlo depositario de unas singulares confidencias que van centrándose en la figura del asesino de Trotski, Ramón Mercader, de quien sabe detalles muy íntimos. Gracias a esas confidencias, Iván puede reconstruir las trayectorias vitales de Liev Davídovich Bronstein, también llamado Trotski, y de Ramón Mercader, también conocido como Jacques Mornard, y cómo se convierten en víctima y verdugo de uno de los crímenes más reveladores del siglo xx. Desde el destierro impuesto por Stalin a Trotski en 1929 y el penoso periplo del exiliado, y desde la infancia de Mercader en la Barcelona burguesa, sus amores y peripecias durante la Guerra Civil, o más adelante en Moscú y París, las vidas de ambos se entrelazan hasta confluir en México. Ambas historias completan su sentido cuando sobre ellas proyecta Iván sus avatares vitales e intelectuales en la Cuba contemporánea y su destructiva relación con el hombre que amaba a los perros."

A mí en particular la novela me interesó de entrada por varias cuestiones: mi simpatía con la izquierda, mi interés por la historia del siglo XX y mi temprano viaje a Cuba, allá por 1995, que me dejó con más dudas que certidumbres. Cuba es un país complejo, es imposible no sentirse atraído por ese fenómeno político y cultural. Desde que pasé una semana allá y -como niña argentina y noventosa y neoliberal- no entendí nada y me quería volver cuanto antes a casa, intenté comprender ese fenómeno por la vía que mejor conozco, la de la literatura.
Portada de la película protagonizada
por Javier Bardem. 
El primer testimonio de un escritor opositor al régimen fue el de Reinaldo Arenas, que algunos recordarán por la película Antes que anochezca, basada en la novela homónima y protagonizada por Javier Bardem (nada que ver con la de Ethan Hawke, a no confundir). Es una historia autobiográfica que relata el periodo que Arenas pasó escondido en el Parque Lenin (donde tenía que escribir "antes que anochezca" porque después no tenía más luz) previo a su exilio en EE.UU., donde tuvo una muerte bastante triste. Padura me recordó, por momentos, a esa voz desencantada con la Revolución, que creyó que, una vez liberada del yugo del norte, Cuba iba a poder ser una potencia mundial, pero que terminó huyendo del régimen por opositor, artista y homosexual. 

En El hombre que amaba a los perros, Padura elabora también la historia del escritor frustrado, quien fuera una promesa de la literatura de la Revolución, pero que apenas se muestra interesado por temas que no son aprobados por el régimen, es castigado y enviado lejos de la Habana. Desde esa impotencia escribe el narrador de la novela, desde la imposibilidad de contar lo que quiere. Afortunadamente, la vida le da revancha y finalmente logra escribir su gran novela: la que el lector tiene entre las manos.    

Para los que gustan de las buenas historias pero se abstienen de cuestiones políticas, esta novela les será de todos modos interesante, porque está muy bien escrita, reconstruye de un modo fabuloso la España de la guerra y el México efervescente de Frida y Diego Rivera. Por el mero hecho de conocer un poco más de la historia del siglo pasado, vale la pena leerla. 

miércoles, 15 de octubre de 2014

Kurt Wallander: el policía imposible

Hace un par de años, cuando terminé la carrera de Letras, decidí volcarme a un desenfreno de lecturas sin tón ni són. La idea era leer textos que no estuvieran avalados por la Academia, nada que me hubieran recomendado o pautado leer en la Facultad.
Así, cayó en mis manos uno de los tomos de la saga del inspector Kurt Wallander, del autor sueco Henning Mankell. Yo sentía ya cierto gusto por los policiales: en mi adolescencia había leído mucho Agatha Christie, luego Borges, Bioy, un poquito de Poe y Conan Doyle. El género, si está bien escrito, es siempre cumplidor, así que leí la primera novela de la saga con ciertas expectativas. El volumen se llama Los asesinos sin rostro, es de 1991, y en esta primera entrega Wallander tiene que investigar el cruento homicidio de una pareja de ancianos que puede esconder “la cara más oscura de la Suecia moderna” (ojo, sería la Suecia de hace más de 20 años, habría que ver cómo está ahora la situación).

La leona blanca, H. Mankell.
Tusquets, 1993.
Si bien no es una gran novela, me atrapó lo suficiente como para empezar a comprar un tomo por mes y leerlos en orden, prolijamente. La empresa valió la pena. Al llegar al tercer volumen, La leona blanca (1993), Mankell se despacha con lo que mejor sabe hacer: construye una buena trama, con un caso de magnicidio atrapante (piensen en Sudáfrica en los 90 e imaginen quién podría ser la víctima...). Se trata de dos historias que van en paralelo y que conectan los dos países, por lo que Mankell se da el gusto de radiografiar a la sociedad sueca, pero también la sudafricana, de la que forma parte hace años, cuando decidió instalarse en Maputo para vivir la mitad del año en esas tierras y la otra mitad en Suecia. Mankell está interesado especialmente en los problemas raciales que aun subsisten en Sudáfrica, los vestigios del Apartheid y el odio contenido de una clase que fue dominante (los bóer) y que ya no lo es más.

La lista completa de títulos de la serie Wallander en la siguiente:

Asesinos sin rostro (1991)
Los perros de Riga (1992)
La leona blanca (1993)
El hombre sonriente (1994)
La falsa pista (1995)
La quinta mujer (1996)
Pisando los talones (1997)
Cortafuegos (1998)
La pirámide (1999; cuentos que remiten a los inicios de Wallander como policía)

Los siguientes son posteriores, pero no voy a decir de qué así no adelanto cuestiones de la trama:
El hombre inquieto (2009)
Huesos en el jardín (2013)
Antes de que hiele (2002)

En el sitio de Tusquets encontrarán más información sobre cada novela. Casi todos se consiguen en las librerías de Buenos Aires y aledaños.

Son muchos, sí. Y me los leí todos, sí, porque me fanaticé fuerte. Tanto, que comencé a interesarme por la historia de Suecia, googleé las calles de Ystad y hasta busqué la pronunciación de ciertas palabras, para poder asignarle un sonido en mi cabeza cada vez que la leía. Por ejemplo, parece que Ystad se dice “iishtad” y Mariagatan (la calle donde vive Wallander) se dice “Mariagótan”.  


Calle Mariagatan, en Ystad. Sitio donde vive
el personaje ficticio Kurt Wallander.

Si no quieren leerlos todos y no les molesta saltearse partes de la historia, recomiendo fervientemente, además de La leona blanca,  La quinta mujer (un caso buenísimo de violencia de género), Cortafuegos (donde vuelve al tema del conflicto político en Sudáfrica). De todos modos, Mankell –o su editor– se toma la molestia de retomar y explicar los hechos más relevantes, como para que las novelas se puedan leer por separado.

Para que vean que no soy la única, les cuento que Wallander ha despertado tal fanatismo en el mundo que se montó toda una industria turística alrededor de su figura. Así, uno puede viajar a Ystad y hacer el tour “Tras los pasos de Wallander”, recorriendo las calles que él transita en las novelas.

Y ahora sí, ¿por qué leer la saga de novelas de Wallander? Porque están muy bien escritas, el personaje es sólido y, como todo buen policía moderno, atribulado:  tiene problemas con la mujer, con la hija, con la comida, con la bebida, con el jefe… Cumple con todos los requisitos: nunca sigue las reglas, se deja llevar por su intuición, pero es muy analítico (aunque nunca faltan los momentos de epifanías que resuelven el conflicto). Además, los temas que tratan son universales: la delincuencia y sus orígenes, la violencia de las sociedades actuales, los conflictos sociales, el racismo, el desempleo, la falta de plata. Pero hay algo más que siempre me cautivó de Wallander: es tan pero tan ético que parece un policía de ciencia ficción. No existe, para mí como sudamericana, algo igual por estas tierras. De hecho, cuando leí una novela del comisario Jaritos, de Petros Márkaris, sí me sentí en presencia de un policía real (Atenas es el conurbano). Y con el comisario Conde, de Leonardo Padura (Cuba), me pasó lo mismo. Compartimos miserias, necesidades, odios, defectos. Por eso, al leer a Mankell tengo la sensación de estar frente a un policía imposible, por más real que lo construya.


Para los que disfrutan de leer una novela y luego verla convertida en serie o película, con Wallander están de parabienes: hay varias versiones suecas y una de la BBC con Kenneth Branagh como un blondo y delgado (y demasiado llorón, para mi gusto) Kurt Wallander. Para más datos, uno de los agentes que trabaja con él es Tom Hiddelstone (Loki, el hermano malo de Thor).

Para los que no lo ubican... Hiddelstone
es el de adelante. Festival pal´ojo.
En resumen: para los amantes del género policial, Mankell es más que recomendable. En próximas entregas comentaré algo sobre Petros Márkaris, Leonardo Padura, John Connolly, Andrea Camilieri y Fred Vargas, todos autores de policiales que he ido leyendo en estos años.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Quien soy: un libro imprescindible

Mientras sigo leyendo a Kureishi (son unas 300 paginetas, voy lento), hoy quiero recomendar un libro destinado (en apariencia, por la editorial que lo publicó) al público infantil, pero que claramente apela al público en general. Se trata de Quien soy, de la editorial Calibroscopio.
Desde que lo vi por primera vez en un taller de literatura infantil que hice el año pasado supe que me iba a gustar... y que también me iba a doler. Porque, como lo señala la reseña en la página de la editorial, este es un libro de:
Quien soy, Autores varios.
Calibroscopio, 2013.


"Historias de la desgarradora historia argentina.
Nietos que recuperaron su identidad narran sus vidas 
a destacados escritores e ilustradores para que ellos 
las transmitan a las nuevas generaciones.
Dedicado a todos los posibles bisnietos de las infatigables Abuelas de Plaza de Mayo."

Se trata de cuatro cuentos que narran, de forma ficcionada, las historias de vida de cuatro nietos recuperados. Son textos pesados, difíciles de leer, que arrastran consigo décadas de dolor, de ocultamiento, de mentiras. De no saber. Esos chicos -que hoy ya son grandes y cuentan su historia- dan una parte de sí para que nosotros, los que no vivimos eso, podamos tener un atisbo apenas de lo que implica para muchos hijos de desaparecidos poder recuperar su verdadera identidad.

La edición es impecable, un trabajo verdaderamente envidiable (el otro día me contaron que les llevó 3 años hacerlo). Los autores trabajaron, como debe ser, en dúos de escritor-ilustrador, y la editorial convocó a gente verdaderamente pulenta: Paula Bombara trabajó con Irene Singer, Iris Rivera con María Wernicke, Mario Méndez con Pablo Bernasconi y María Teresa Andruetto con Istvansch. Para el que no es del ámbito de la literatura infantil lo voy a poner en facilito: son unos mostros.

La tapa fue diseñada e ilustrada por Istvansch, un genio de la tijera que ilustra recortando papeles. Hay un juego en el título y en la imagen de tapa que en la foto de aquí arriba no se aprecia, pero que tiene que ver con el estar/no estar: los signos de pregunta y la tilde (que convierten a la afirmación del título en pregunta) están impresos de modo tal que solo se ven poniendo el libro en una posición determinada. El nene sentadito en la silla, cuando se abre la solapa... desaparece. Duro, muy duro. Y eso que es solo papel.

Particularmente, el relato que me pareció mejor logrado es "¿Sabés, Athos?", trabajado por Rivera-Wernicke. Es un cuento en el que una nena de 8 años le habla a su perro, Athos, y le cuenta lo que le está pasando: que un juez le dice que su nombre no es su nombre, que su mamá no es su mamá, y que su casa no es su casa. El texto es desgarrador y creo que el recurso de la nena hablándole al perro es genial. Las ilustraciones tienen una levedad maravillosa, una delicadeza absoluta en el tratamiento visual de esa niña que se aferra a su perro porque es lo único real, verdadero, de ella.


Ilustración de María Wernicke del cuento "¿Sabés, Athos?".

Debo admitir que, si bien considero este libro como imprescindible, no sé si es para todos. Hay que tener una cierta postura sobre nuestra historia y muchos ovarios (o huevos, o lo que sea), porque no hay modo de llegar al final del libro sin llorar a mares. Yo aguanté el nudo en la garganta todo lo que pude, pero en el último cuento lloré de principio a fin. ¿Cómo no hacerlo? Es la carta que una joven le escribe a su hermano mellizo, de la que lo separaron al nacer, y que aun, con toda la esperanza del mundo, busca. ¿Cómo no emocionarse ante una historia así? No importa qué opinemos de los militantes, de los milicos, de la vida: tenés que ser de piedra para que esto no te movilice.

¿Lo recomiendo para niños? Creo que los niños pueden leerlo, pero preparándoles un poquito el terreno, porque es un tema complicado y doloroso. Si en casa se habla abiertamente de la dictadura y los desaparecidos, creo que a partir de los 10-12 años se puede leer bien. Si nunca se habló del tema y el niño o niña es medio impresionable... no sé, capaz lo dejaría para más adelante. A mí me costó un rato largo sacarme de encima la sensación de que si viviera en los 70 y militara, la vida de mi gorda estaría en peligro. No sé cómo procesa todos esos "si" un chico de 10 años. Por lo pronto, el libro está en nuestra biblioteca y, llegado el momento, voy a leerlo junto a Emma para que sepa que eso pasó hace mucho mucho tiempo, en un país que alguna vez fue este, pero que nadie quiere que vuelva a pasar. Nunca más.