Edición de la colección que sacó en 2010 Página 12 junto con Anagrama. |
Como esa primera experiencia de lectura fue más que interesante, comencé a buscar otros libros de esta autora belga, a interesarme en su historia. Y así fue como me enteré de que nació en Japón (su
padre era diplomático y estaba trabajando en ese país) y luego vivió en muchos otros lugares, antes de establecer su residencia en Francia, donde vive actualmente.
Desde el principio, Nothomb me hizo acordar mucho a un escritor argentino con quien no tuve un comienzo tan idílico (cuando La guerra de los gimnasios me sentí estafada), pero con el paso de sus novelas terminó por conquistarme totalmente: César Aira. ¿En qué se parecen? En dos puntos fundamentales: ambos son escritores muy prolíficos (ella dice que escribe 3 novelas por año, pero publica solo 1; él ya tiene publicadas más de 60 novelas cortas) y en sus textos hay una clara tendencia hacia lo absurdo, lo ridículo, lo bizarro. En mucho de los textos de Aira y en casi todos de los que leí de Nothomb hay un punto de inflexión a partir del cual la novela deschaveta y cualquier cosa puede pasar. Hace mucho tiempo alguien (no recuerdo quién, pero quisiera para poder citarlo apropiadamente) dijo que la computadora de Aira tiene el botón de "bizarrear". En un momento dado del proceso de escritura Aira lo aprieta y ahí es cuando aparecen los enanos, los monjatrones y demás delicias de la literatura airiana.
Sí, la de la tapa es la mismísima Amélie. |
La novela está formada por las cartas que se mandan el uno a la otra y las reflexiones de la escritora Amélie. Lo interesante de la historia es cómo él, el soldado norteamericano, la va enredando a ella, la escritora famosa y superada, hasta el final, inesperado y sorprendente.
Hace unos meses leí dos novelas autobiográficas: Metafísica de los tubos (2000) y Biografía del hambre (2004). En estas historias lo que cuenta sí es verídico, claro que elaborado por medio de la literatura. En la primera novela comienza con sus primeros años de vida en Japón, donde la cuidaba una nana japonesa que la trataba como un dios viviente (parece que allá los niños son considerados casi sagrados hasta los 3 años, después pasan a ser esclavos del sistema educativo y pierden ese estatus). Las reflexiones de la Amélie bebé son buenísimas: era un bebé tan tranquilo que sus padres la llamaban "La planta", porque no hacía nada de nada. Ella se define como un tubo por el que entran cosas y salen otras. El punto de inflexión, el despertar a la vida, es el momento en que su abuela belga que estaba de visita, a escondidas le da chocolate.
De su vida idílica y maravillosa en Kobe pasa a una existencia mucho más austera en China, para luego saltar a la buena vida de Nueva York, de ahí a la tristeza y el encierro contra la pobreza de Bangladesh... y todo esto antes de cumplir los 15 años.
La autora tiene tal poder de observación sobre sí misma que logra objetivarse y convertirse en materia literaria de un modo fantástico. Poco importa si todo eso realmente pasó: ella lo vivió así, lo elaboró como pudo y luego lo convirtió en un texto entretenido, plagado de un humor irónico y, por momento, cínico.
De nuevo la autora en la tapa. ¿Narcisismo o marketing editorial? |
Esta novela también está buena, aunque no me convenció mucho el modo en que "se cura". Parece en todo tan autosuficiente que termina siendo poco creíble. Pero de nuevo, es literatura, nada más (y nada menos) que eso.
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