miércoles, 24 de septiembre de 2014

El maniático en la cocina

El perfeccionista en la cocina,
Julian Barnes. Anagrama, 2003.
A Barnes lo empecé a leer hace un tiempo, cuando Página 12 sacó una colección con libros de Anagrama. Lo primero que leí de él fue El loro de Flaubert, una especie de biografía de Flaubert a través de la búsqueda de su supuesto loro disecado (este es el vago recuerdo que tengo, puede que no sea tan así).
Esta vez me devoré en un par de días El perfeccionista en la cocina, una suerte de diario o cuaderno de notas en el que Barnes repasa algunas de sus más férreas manías en la cocina. Desde cuáles son sus libros de cocina favoritos, pasando por la historia de la remolacha en Inglaterra hasta cuántos utensilios acumula en el cajón de cachivaches, este libro es ideal para los amantes de la cocina y los cocineros amateurs (la traducción gallega de Anagrama dice "cocinero casero", expresión que me parece una aberración, pero esloquehay). Y los editores de libros de cocina, como yo ahora.

Barnes usa un tono muy ameno, llano y lleno de ironías y buen humor para hacer este recorrido, lo que uno como lector agradece mucho, porque a priori no parece interesante qué opina el autor sobre cuál es la mejor técnica de cocción lenta, pero sí lo es, porque Barnes no solo sabe mucho de cocina, también sabe mucho de literatura y de escribir bien.

Pero lo que más me gustó de este libro es su meticuloso análisis de las recetas de cocina como un género que tiene no pocos vericuetos, algo que he ido descubriendo durante estos años de corregir, editar y escribir recetas. Para Barnes, una receta de cocina debe estar a la altura de los más estrictos parámetros de la ciencia, porque el perfeccionista quieren nada más y nada menos que perfección. Entonces...

¿por que un libro de cocina iba a ser menos preciso que un manual de cirugía? (Suponiendo, como hacemos todos con angustia, que los manuales de cirugía, en efecto, sean precisos. Quizá algunos suenen igual que los de cocina: «Vierta una gota de anestésico por el tubo, corte un trozo del paciente, observe la efusión de sangre, tómese una cerveza con los amigotes, cosa la cavidad...») ¿Por qué una palabra en una receta tendría que ser menos importante que en una novela? Una puede producir una indigestión física, la otra una mental.

(¡Viene ilustrado!).
Y para mí, que además de editar libros de cocina, disfruto comiendo, cocinando y pensando en comida (todo el bendito tiempo), este es un concepto iluminador, porque tiene toda la razón mister Barnes: una receta mal redactada o mal explicada puede generar un desastre en la cocina, desilusionar a medio mundo, frustrarlo y empujarlo al delivery más siniestro del barrio. Pienso ahora en mi pobre prima quejándose de que hizo brownies y no le salieron como los míos. ¡¿Y cómo no le van a salir como un bizcochuelo si los hizo con la misma cantidad de harina que un bizcochuelo?! Por suerte, me prima (como yo) es parte de un orgulloso linaje de mujeres cocineras, así que agarró los brownies desmadrados, los destrozó (con rabia, quizás) y los convirtió en unas muy ricas trufas (según ella, porque yo no vi ni las migas).

Esto es lo que hace el Perfeccionista en la cocina: lee una receta, la imagina, la saborea en palabras y luego, si tiene los ingredientes a mano y las ganas y el tiempo, la convierte en alimento, en delicia, en brownie denso, húmedo, chocolatoso.

Y ahora me dieron ganas de algo dulce...

jueves, 18 de septiembre de 2014

McEwaname que me gusta

Sábado, Ian McEwan.
Anagrama, 2005.
Algunos recordarán que hace tiempo recomendé fervorosamente "Expiación", la novela de Ian McEwan. Hoy, cuando todavía me faltan unas cuantas páginas para terminarla, quiero sumarle otro poroto a este escritor inglés y comentar "Sábado".
Si bien me defraudó un poquito en "Operación dulce" (no fue tan potente y movilizante como "Expiación"), no puedo dejar de reconocer que McEwan es un novelista fenomenal, que atrapa en sus historias y construye personajes tan verosímiles e imperfectos que parecen reales.
Pero creo que lo que más me atrae de este autor es la promesa de quilombo: uno debe saber que cuando lee una novela de McEwan en algún momento todo se va a ir al carajo. Y lo espera. Lo desea. Quiere saber cómo va a suceder, cuándo, a quién. ¿Será en la página siguiente? ¿Se armará la trifulca con este personaje que pinta para loquito? No, seguro que se pudre todo con la mujer...
Porque lo de McEwan es un trabajo de hormiga lento pero eficaz. Va construyendo una trama en la que todo parece perfecto, correcto, normal. Pero a la vuelta de la página nos revela que del otro lado de esta trama, donde se suelen ocultar los nuditos del tejido, hay una maraña de podredumbre, miserias y horror. Y eso es lo que yo, como lectora en camino a fanatizarme, quiero ver. Y quiero leer cómo lo resuelve, cómo se va todo lenta pero indefectiblemente al carajo. Y cómo, escapando al facilismo y el final feliz tan reconfortante, resuelve esa maraña que nos muestra en el otro lado del tapiz.
Pues en este momento estoy frente a esa maraña, todo está ocurriendo, se que van a pasar cosas terribles y quiero leerlas. Porque soy una lectora masoquista (a diferencia de lo maricona que soy con las películas) y me gusta cuando McEwan me castiga y no me defrauda.



El texto anterior también es una entrada de FB, previa a la creación de este blog. A esta altura ya terminé de leer la novela y debo admitir que la "promesa de quilombo" fue relativamente cumplida. Quilombo hay, pero no tanto como yo esperaba. Parece que estoy elevando mis estándares de maltrato literario y necesito lecturas más duras. Tengo en la gatera una cuantas novelas de A. M. Homes, una escritora estadounidense que ya tiene muchas novelas publicadas y se reconoce por sus temas densos, difíciles, escabrosos. Habrá que ponerse el traje de cuero y animarse...


Sinopsis de la novela:

Henry Perowne es un hombre feliz. Es un reconocido neurocirujano y está casado con Rosalind, una abogada de un importante periódico. Ambos disfrutan su trabajo, se quieren y quieren a sus hijos, un prometedor músico y una joven poeta. Es sábado, 15 de febrero de 2003, el día de las grandes manifestaciones contra la guerra de Irak. Henry se despierta, va hacia la ventana de su dor-mitorio y ve un avión en llamas que sobrevuela Londres muy bajo. Henry teme un accidente terrible, un ataque terrorista. Más tarde, escuchando la radio, sabrá que se trata de un aterrizaje forzoso. Y Henry volverá a dormir, y hará el amor con su mujer, y se irá luego a su partida de squash semanal. Pero la visión nocturna no ha sido sino el presagio de la realidad azarosa que irrumpirá en la plácida burbuja de su vida tan armoniosa... 

miércoles, 17 de septiembre de 2014

La primera recomendación

Allá por febrero de 2013, después de leer Expiación, de Ian McEwan, me sentí invadida por tal felicidad y plenitud lectora, que quise compartirlo con mis contactos de Facebook.
En aquel momento, salió este texto:


Expiación, de Ian McEwan.
Anagrama, 2001.
"Creo que existen pocas experiencias estéticas más profundas, envolventes y maravillosas que la de leer una buena novela. Una excelente novela. Una novela tan bien escrita que no podés dejar de leerla. No querés, no te importa parar para comer, para ir al baño o para salir a pasear. 
Una novela tan bien desarrollada, de un ritmo tan atrapante, con temas lejanos, como la guerra, y cercanos, como el amor o la culpa, que es imposible que no te llegue.
Una novela tan entretenida y profunda que te preguntas por qué perdiste tanto tiempo leyendo pavadas, cuando podrías haberla disfrutado hace mucho tiempo. Tan buena, insisto, que te preguntas cómo es que ningunos de tus amigos o conocidos te la recomendaron antes. Tan pero tan excelente, que querés recomendársela a todo el mundo.
Tan hermosa, que desearías no haberla leído... para poder empezar ya a hacerlo.
Eso me pasó en estos últimos tres días con Expiación, de Ian McEwan."


Así empezó, sin darme cuenta, este blog.

Aquí agrego la sinopsis de la novela:

La historia es relatada en Inglaterra, en 1935, en el periodo previo a la Segunda Guerra Mundial. En la gran casa de campo de la familia Tallis todo parece fluir con apacible elegancia en el día más caluroso del verano. Pero el oído atento percibirá sutiles notas disonantes, una creciente tensión que estallará después de que Cecilia, la hija mayor de los Tallis, salga empapada de una fuente, vestida solamente con su ropa interior, mientras Robbie, el brillante hijo de la criada y protegido de la familia Tallis, la contempla... Un libro prodigioso, que va abriéndose como un juego de cajas chinas y que contiene muchas novelas: una romántica historia de amor imposible, una durísima narración de guerra y la novela que dentro de la novela escribe uno de los personajes.

Sobre el autor:

Ian McEwan es un escritor británico nacido en Inglaterra en 1948. Forma, junto con Martin Amis y Julian Barnes, lo que llamo para mí "esos tres ingleses que me gustan". Los mantengo así, en trío, para recordar sus nombres y formar, de algún modo, un mapa de la literatura inglesa actual en mi cabeza. 
Su primer libro publicado fue Primer amor, últimos ritos (1975) y el último, The children act (2014), que todavía no salió en español. La novela que aquí reseño fue llevada al cine en 2007 y los protagonistas son Kiera Knightley y James McAvoy.